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La leche entera o la mantequilla no son tan malas como pensabas

La leche entera o la mantequilla no son tan malas como pensabas

Un nuevo estudio exonera a las grasas lácteas como causa de muerte prematura, incluso cuando los productos bajos en grasa continúan siendo mal percibidos como más saludables.

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La demonización de los lácteos

Durante los últimos años, la leche y, en general, los productos lácteos animales, han visto cómo se creaba en torno a ellos una mala imagen que los hacía quedar como alimentos poco sanos que había que evitar, sobre todo por la gran cantidad de grasas que contenían. Por eso, en los últimos años se ha producido un importante aumento del consumo de leches vegetales derivadas de la avena, la soja o las almendras, lo que ha hecho que la industria láctea esté luchando por mantener su estatus y su lugar en todas las casas, que se ha visto mermado a causa las creencias, muchas veces erróneas, sobre las grasas saturadas o sobre los problemas de tolerancia a la lactosa.

En la década de 1990, durante la campaña publicitaria estadounidense "Got Milk?", era plausible mirar una revista, ver supermodelos con bigotes de leche y pensar poco en ello. Ahora mucha gente lloraría o se tiraría de los pelos al ver a una modelo bebiendo leche de vaca entera, ya que se considera imposible seguir una dieta adelgazante y beber leche de vaca.

Por difícil que pueda ser para los Millennials de imaginar, el estadounidense promedio en la década de 1970 bebía alrededor de 114 litros de leche al año. Eso ahora se ha reducido a 18 litros, según el Departamento de Agricultura. Sin embargo, quizá los nuevos estudios que se están llevando a cabo, como el que analizamos en este artículo, pueden hacer cambiar esta tendencia, ya que se ha comprobado que los riesgos de las grasas lácteas no son tantos como se pensaba.

El estudio, publicado en The American Journal of Clinical Nutrition, es relevante para este proceso de reivindicación en curso de las grasas de los lácteos, que alejó a muchas personas de los productos lácteos como la leche entera, el queso y la mantequilla en los años 80 y 90. Y es que un análisis de 2.907 adultos encontró que las personas con niveles más altos y más bajos de grasas lácteas en la sangre tenían la misma tasa de mortalidad durante un período de 22 años.

La implicación es que no importaba si las personas bebían leche entera o descremada, comían mantequilla o margarina, etc., fuera como fuera, los investigadores concluyeron que el consumo de grasas lácteas más adelante en la vida "no influye significativamente en la mortalidad total".

"Creo que la gran noticia aquí es que, a pesar de que existe la creencia de que los lácteos enteros son malos para las enfermedades del corazón, la evidencia no lo muestra así", dice Marcia de Oliveira Otto, investigadora principal del estudio y profesora de epidemiología, genética humana y ciencias ambientales en la Facultad de salud pública de la Universidad de Texas. "Y no somos solo nosotros. Varios estudios recientes han encontrado lo mismo".

La suya se suma a los hallazgos de estudios anteriores que también encontraron que limitar las grasas saturadas de los lácteos no es una guía beneficiosa. Si bien muchas investigaciones similares han utilizado datos autoinformados sobre cuánto come la gente, una medida notoriamente poco confiable ya que depende de lo que cada persona quiera contestar o recuerde sobre su dieta diaria, el estudio actual es notable para medir realmente los niveles de grasa láctea en la sangre de los participantes.

Sin embargo, un inconveniente de este método es que la fuente de las grasas no está clara, por lo que no se puede hacer distinción entre queso, leche, yogur, mantequilla, etc. Las personas con bajos niveles de grasas lácteas en la sangre no eran necesariamente personas que no consumían lácteos, sino que podían haber estado consumiendo lácteos bajos en grasa. Todo lo que se puede decir es que no hubo asociación entre las grasas lácteas en general y la mortalidad.

Los investigadores también encontraron que ciertos ácidos grasos saturados pueden tener beneficios específicos para algunas personas. Los altos niveles de ácido heptadecanoico, por ejemplo, se asociaron con tasas más bajas de accidentes cerebrovasculares.

De Oliveira Otto cree que esta evidencia no es en sí misma una razón para comer más o menos lácteos, pero podría alentar a las personas a dar prioridad a los productos lácteos enteros sobre los que tienen menos grasa, pero más azúcar, que se pueden agregar para compensar la falta de sabor o textura. Ella señala el ejemplo clásico de la leche con chocolate, cuyas variedades bajas en grasa todavía se dan a los escolares bajo la creencia equivocada de que es un "alimento saludable".

Las últimas pautas dietéticas federales para estadounidenses, que guían los almuerzos escolares y otros programas, aún recomiendan "lácteos sin grasa o bajos en grasa". Estas pautas son emitidas por el Departamento de Agricultura de los EE. UU. en un país rico en infraestructura para la producción de lácteos. No se fomenta el veganismo dado el interés nacional en seguir consumiendo los lácteos que produce el país, pero la promoción de productos lácteos bajos en grasa y sin grasa sobre la leche entera no tiene tal defensa económica.

Conclusión del estudio

La conclusión es que, desde una perspectiva de salud personal, los productos lácteos son, en el mejor de los casos, alimentos razonables para comer, y evitar la mantequilla y el queso es menos importante de lo que se creía.

Pero si bien la narrativa de que el queso y la mantequilla son peligrosos está cambiando, también es cierto que los lácteos no son necesarios para niños o adultos. Una dieta rica en verduras con alto contenido de fibra tiene más que suficientes proteínas y micronutrientes para compensar la falta de lácteos, y la vitamina D que se agrega a la leche también puede agregarse a otros alimentos, tomarse como suplemento o extraerse del sol.

En definitiva, la nutrición es un campo muy complejo que cambia constantemente debido a los nuevos estudios, lo que significa que deberíamos preocuparnos menos por los efectos nocivos de los nutrientes individuales y más por los daños causados ​​por la producción de alimentos. En este punto, los inconvenientes más claros para el consumo de productos animales no son nutricionales sino ambientales, con la agricultura animal contribuyendo a la resistencia a los antibióticos, la deforestación y el cambio climático. Si bien hay espacio para el debate sobre las cantidades ideales de grasas saturadas en la sangre humana, la necesidad de avanzar hacia un sistema alimentario ambientalmente sostenible es inequívoca.

Fuente:

“Serial measures of circulating biomarkers of dairy fat and total and cause-specific mortality in older adults: the Cardiovascular Health Study”, Marcia C de Oliveira Otto, Rozenn N Lemaitre, Xiaoling Song, Irena B King, David S Siscovick, Dariush Mozaffarian. The American Journal of Clinical Nutrition, Volume 108, Issue 3, September 2018, Pages 476–484, https://doi.org/10.1093/ajcn/nqy117

Redacción: Ana Ruiz

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