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Por qué siempre aplazamos todo lo importante o el arte de la procrastinación

Por qué siempre aplazamos todo lo importante o el arte de la procrastinación

Todos practicamos la procrastinación, aunque la mayoría no sepamos qué significa esa palabreja. Del latín procrastinare, significa postergar o posponer una actividad o situación que debemos realizar, sustituyéndola por otra más agradable, aunque generalmente más irrelevante. Y, reconozcámoslo, es algo que todos hacemos a diario. ¿Por qué? ¿Es algo que podemos cambiar y dejar de hacer?

Índice

¿Qué es la procastinación y cómo nos afecta?

La procrastinación no es solo universal entre los humanos, todo el universo pospone las cosas: la Primera Ley del Movimiento de Newton dice que un cuerpo en reposo permanecerá en reposo a menos que se vea obligado a cambiar de estado. Pero el hecho de que algo sea universal no significa que sea una buena idea ya que, generalmente, solemos postergar cosas que deberíamos hacer. Sabemos que tenemos que ponernos a estudiar o acabar el proyecto, pero en lugar de eso nos levantamos a picar algo a la nevera o consultamos nuestros correos y mensajes de móvil.

Pero la postergación no solo ocurre en el trabajo. La procrastinación afecta también a nuestra salud -dejando para más adelante esa consulta al médico que debemos realizar- o a nuestras decisiones personales -haciendo que no nos decidamos a romper una relación que ya sabemos que está muerta. Y, lo peor de todo, es que son cosas que debemos hacer sí o sí, por lo que de repente nos vemos sin tiempo para ellas y nos sentimos frustrados, estresados o arrepentidos de no haberlo hecho cuando debíamos.

Y eso nos pasa una y otra vez. ¿Por qué? Parece tan simple: ¡solo hazlo ya! Pero en realidad es bastante complicado y, además, resulta que está en nuestros propios genes. La tendencia a postergar las cosas es heredada y está vinculada a nivel genético a la impulsividad. Y, para empeorar las cosas, un estudio en la prestigiosa revista Psychological Science señala que la procrastinación es, lamentablemente, un rasgo de por vida. ¿Significa eso que los postergadores están condenados? ¿Esa predisposición genética les obligará a desperdiciar toda su vida aplazando cosas? Afortunadamente, no: al igual que las personas ansiosas pueden aprender a relajarse, las personas postergadoras pueden aprender a centrarse en lo importante. Solo tienen que averiguar por qué lo hacen para hallar la mejor solución.

5 razones por las que posponemos

1. La tarea no es urgente

 

Es muy difícil priorizar cosas que no son urgentes. Todos tenemos una larga lista de tareas que realmente deberíamos hacer, pero nunca hacemos por pereza, como ordenar el trastero, colocar las fotos en los álbumes o hacer una copia de seguridad de todos nuestros archivos. Pero incluso las cosas realmente importantes se pueden aplazar si no son muy urgentes, como planificar la jubilación o romper una relación que no funciona. Como resultado, las tareas grandes y pequeñas se aplazan durante meses o años.

Solución: mirar la imagen general

Hay una razón para todo esto: los humanos estamos “programados” para considerar las necesidades del presente con mucha más fuerza que las necesidades del futuro, un fenómeno llamado descuento temporal. Esto tiene sentido: el presente es ahora, así que naturalmente le prestamos más atención.

El remedio, de acuerdo con un estudio del Journal of Personality and Social Psychology, es considerar el panorama general en lugar de los detalles. Ver las tareas a través de la lente de nuestros objetivos generales, toda nuestra vida, o dar un paso atrás, ayuda a poner esas grandes decisiones y cambios en primera fila.

Por ejemplo, si quieres volver a estudiar, pero nunca te decides, da un paso atrás y piensa qué significaría eso para tu vida. ¿Cuáles son los objetivos que persigues? ¿Cuál es el panorama general?

2. No sabemos cómo comenzar o qué viene después

Otras veces aplazamos las cosas porque no estamos seguros de qué hacer o cómo hacerlo. Nos sentimos abrumados, confundidos o desorganizados.

Este tipo de procrastinación es menos una evitación de la tarea y más una evitación de la emoción negativa. A nadie le gusta sentirse incompetente o despistado, por lo que no es de extrañar que centremos nuestra atención en Netflix o incluso limpiemos el baño. De hecho, cuando posponemos la tarea por realizar otras tareas, se llama procrastinación productiva. Cualquiera que alguna vez haya organizado su escritorio o haya ordenado el correo en lugar de hacer el trabajo que debía hacer sabe de lo que hablamos. Al menos esa otra tarea nos hace sentir útiles.

Solución: generar confusión en la tarea

Recuerda que es totalmente normal sentirse abrumado cuando empiezas algo nuevo, especialmente si nunca antes lo has hecho. Por lo tanto, crea confusión en la tarea. Haz aquello que te haga reaccionar y empezar aunque sea algo disparatado. Sea como sea, lo importante es que te pongas en marcha.

Alternativamente, a veces las personas necesitan un testigo que les ayude a pensar, así que charla con un colega o con tu pareja para averiguar por dónde empezar.

3. Miedo al fracaso

Una pizca de perfeccionismo no es del todo mala. Después de todo, los altos estándares conducen al trabajo de alto nivel. Pero a veces estos altos estándares son paralizantes. Nos salimos de nuestros proyectos, convencidos de que no hay manera de que podamos cumplir con esos objetivos tan elevados.

Solución: reducir los niveles de perfeccionismo

El perfeccionismo y la procrastinación están vinculados de una manera muy específica. Los estándares altos por sí mismos no te ralentizan, pero combinados con la creencia de que tu desempeño está ligado a tu autoestima te detiene.

Así que recuerda que hay una gran diferencia entre quién eres y lo que logras. Hay mucho más en tu vida que tus logros: tu identidad, la familia, las experiencias, los viajes, los amigos, los desafíos que ha superado y, lo más importante, cómo tratas a otras personas.

4. Trabajamos mejor bajo presión

Es posible que seas de aquellos que estudiaba justo el día antes del examen, casi sin tiempo, y acababas sacando un 10.

Aquellos que trabajan mejor bajo presión y prefieren la adrenalina y el enfoque intenso que viene unido a una fecha límite deciden dejarlo todo para el último segundo.

Solución: conocerte a ti mismo

Hay dos tipos de procrastinación: pasiva y activa. La postergación pasiva es lo que generalmente pensamos que es la procrastinación: distraernos con cualquier chorrada. Pero la procrastinación activa es más estratégica: dejar todo para el último segundo porque así se trabaja mejor.

Y resulta que la elección vale la pena. Un estudio realizado en 2017 por tres investigadores suizos descubrió que la postergación pasiva afecta negativamente al promedio de calificaciones de los estudiantes, pero no así a las de los procastinadores activos. Así que conócete a ti mismo. Si la adrenalina funciona para ti, ¡adelante!

5. Simplemente, no queremos hacer ese trabajo

Lo que se supone que debemos hacer es aburrido. Es difícil. Odiamos al jefe que nos lo asignó. Y son las 3 de la tarde en un hermoso viernes de verano.

Hay cosas que a nadie le gusta hacer: la Renta, planchar, levantarse del sofá para ir a la cama…

Solución: medir y compensar

Un estudio del European Journal of Personality encontró que los estudiantes universitarios que posponen las cosas lo hicieron porque las alternativas eran simplemente más divertidas. Pero en sus mentes, no estaban abandonando su trabajo, tenían la plena intención de estudiar, solo que no en ese momento.

Y al igual que los procrastinadores activos del estudio anterior, estos también se conocían a sí mismos. El estudio encontró que compensaron su tendencia a posponer las cosas con la intención de estudiar más y antes que los que no postergaban. En otras palabras, mentalmente construyeron una compensación desde el principio. ¿Y en el fin? De hecho, estudiaron más que los que no lo habían aplazado, no mucho más, pero algo es algo.

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